
No es tan fácil acabar con situaciones que no nos hacen
felices en muchas ocasiones, no es fácil porque arrastrarían a su paso otras
tantas cosas que valoramos positivamente. El balance es difícil e inexacto, los
resultados probablemente tampoco serían los deseados, en definitiva, seguimos
inmersos en medio de una gran duda, con el corazón tocado y la impotencia a
flor de piel.
Siempre hay dos perspectivas de una misma situación, la misma imagen se transforma para dejar atrás nuestros malos sueños.
¡Qué suerte tengo! Pensó Moira aquel día que caminaba junto
a su amiga hablando y bromeando de esto y aquello. Estaba muy feliz porque en
aquel momento pensaba, de hecho lo pensó durante mucho tiempo, que aquello que
esa amiga le ofrecía era puro y real y seguramente nadie más podría dárselo de
la misma forma que Marta lo hacía.
Pasaron años en los que la unión se fortaleció. Moira sabía
los puntos débiles de su amiga, lo que le preocupaba e insatisfacía y siempre trataba de darle fuerza moral y todo el
apoyo del mundo. Moira a su vez, capeaba sus problemas como podía, y siempre
hubo uno que le trajo más de cabeza que todos los demás. Eran días de subidas y
bajadas, de tormenta y de calma, con la seguridad y la constancia que siempre
podría contar con su querida amiga Marta.
El primer bofetón de realidad lo recibió Moira cuando Marta
tuvo un problema, digamos serio, y que a pesar de no pensar igual que ella,
trato de verlo desde su punto de vista para poder empatizar de forma natural
con Marta. Moira le pidió a Marta que se mojara en el asunto y así lo hizo. A
partir de ahí todo empezó a cambiar, Marta no supo enfrentarse de una forma
natural a su amiga discutiendo sobre el tema, a partir de ese momento las
reacciones de Marta cambiaron con respecto a Moira, incluso cuando el problema
en sí había desaparecido. Los atisbos de gestos inadecuados hacía ella se
hicieron cada vez más notables, rozando a veces con el desprecio. Pero seguían
pasando los días y los meses...